LA CHICA DE AYER
Me encontraba en Zaragoza, en una céntrica cafetería, había quedado con una amiga, pero había llegado con antelación y me dispuse a tomar un café con leche y leer un poco la prensa.
Cuando en la mesa de enfrente te sentaste tú, al principio no te reconocí, no porque hubieras cambiado mucho, pero no esperaba que el destino, ese duende juguetón, nos volviera a juntar después de treinta años. Me costó reconocerte, pero tu voz era inconfundible y también tu belleza, seguías tan guapa como te recordaba.
Eras tú, Ana, dicen que el primer amor no se olvida, y es cierto. Me acerqué y te saludé, seguías conservando esa preciosa sonrisa y tus ojos continuaban siendo tan grandes y expresivos. Tu también te llevaste una sorpresa. El destino, ese duende juguetón, que dice la letra de una de las canciones de Joaquín Sabina, estaba haciendo de las suyas.
Charlamos de nuestras vidas. Tú me contaste que eras madre de dos hijas, de que tu trabajo te absorbía mucho y de no sé cuántos temas más. La conversación nos llevó a aquel verano del 81, donde con catorce y quince años, vivimos nuestro primer amor en forma de mariposas en el estómago, miradas cómplices sin que los de la cuadrilla se dieran cuenta y esa sonrisa tuya que me dedicabas cuando coincidíamos en la panadería del pueblo.
Atardeceres donde todo me hablaba de ti y partidos de fútbol donde tú, como espectadora, me aplaudías cuando metía algún gol y te lo dedicaba. Después de ese verano nos separamos y ya no volvimos a vernos más. Había pasado mucho tiempo y ahora estábamos uno enfrente del otro. Me confesaste que aún conservas el colgante que te regalé con tu nombre grabado y yo sonreí, pues tuve que dedicar alguna semana que otra de mi paga para podértelo comprar en uno de lo chiringuitos que ponían en las fiestas de San Lorenzo de Huesca.
Los dos sonreímos recordando esos tiempos de trenzas y pantalón corto. Ahora estábamos uno delante del otro y la chica de ayer se había convertido en la mujer de hoy.
Nos despedimos, tus tenías una reunión y sólo habías parado para descansar un poco de tu día intenso. Nos dimos nuestros números de teléfono y prometimos no tardar en vernos tanto tiempo. Me dedicaste una de tus preciosas sonrisas y agradecí a la vida que nos hubiera vuelto a juntar, porque, Ana, tú fuiste mi chica de ayer.
Alberto López Escuer
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