LA PIEDAD DE MIGUEL ÁNGEL
Esta obra de arte se encuentra en la Basílica de San Pedro en el Vaticano, la hizo Miguel Ángel Buonarroti (1475-1574). Un artista cuya obra es impresionante, en el mismo lugar está la “Capilla Sixtina” el culmen de la belleza y que puedes estar horas y horas contemplándola sin cansarte, descubriendo matices nuevos en cada momento.
En el caso de “La piedad” podemos ver a la Virgen María que sostiene entre los brazos a Jesús muerto, recién bajado de la cruz.
Esta estatua hecha de mármol la hizo Miguel Ángel cuando tenía veinticuatro años, La Piedad de Miguel Ángel fue un encargo del Cardenal de Saint-Denis, Jean Bilhères de Lagraulas, cuyo propósito era colocarla en la basílica de San Pedro en Roma.
He tenido ocasión de verla, te invita a la oración, al silencio, al recogimiento, todo en ella habla. Transmite verdad, es muy real, es una obra maestra.
En el siglo XX, la obra sufrió daños materiales debido a un atentado cometido el 21 de mayo de 1972 por Laszlo Toth, un geólogo de origen húngaro que padecía una enfermedad mental.
En una crisis, Toth se dirigió a la escultura con un martillo y comenzó a golpear la escultura mientras gritaba. Se partieron la nariz de la Virgen, los párpados, el brazo izquierdo y el codo. Afortunadamente, los daños pudieron ser reparados por un equipo de profesionales.
Cuando estuve delante del Moisés, otra obra cumbre del artista florentino, comprendí aquello que dijo al acabarla: “ahora habla”. Es tal el realismo que transmite, que parece que estás delante del propio Moisés.
En el rostro de María se pude notar la tristeza del momento, su hijo esta delante de ella muerto, horas antes ha sido torturado y clavado en una cruz.
Como madre está rota de dolor, ha visto cómo su hijo era tratado como un delincuente y sentenciado a muerte, una muerte brutal y llena de sufrimiento, pero transmite serenidad, pese al difícil momento que se nos refleja.
Pero en el rostro de María también hay sitio para el amor, su mirada es de ternura hacia Jesús. Un amor maternal que se ha visto sacudido por la tragedia.
Cuántas veces lo tuvo entre sus brazos cuando era un bebé, lleno de vida y por las noches se despertaba llorando como cualquier niño, o cuando lo acunaba y quedaba dormido lleno de paz y tranquilidad.
Muchas preguntas parecen agolparse en la mente de María al ver el rostro de su hijo inerte; muchos porqués, que sólo desde la fe pueden hallar una respuesta.
Es un momento triste, un silencio envuelve a esta madre, el mundo se ha parado para ella, ha perdido lo que más quería el motivo de sus desvelos, de sus alegrías, de sus esperanzas, a su hijo, un hijo joven lleno de vitalidad, ahora está entre sus brazos. No sé si puede caber más dolor en la mirada de una madre, como el que transmite esta obra de arte y que seguro se ajusta a lo que sintió María.
Es una situación especialmente dura que ninguna madre querría pasar. Ella, dentro de la tristeza, también da muestras de serenidad, llena de profundidad que no va discutida con el dolor y con el llanto.
Esto es un apunte de lo que puede sugerir esta escultura de Miguel Ángel, o al menos es lo que me sugiere contemplándola.
Alberto
López
Escuer
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