FERNANDO ARANAZ:“CADA UNO APORTAMOS LO QUE PODEMOS, PERO SIN AGOBIOS”

 



Fernando Aranaz es un Diacono Permanente de la Diocesis de Pamplona-Tudela, es uno de los tres capellanes del Centro Penitenciario Pamplona I, en esta entrevista nos habla de su labor, antes de ser ordenado fue voluntario y ya son veintisiete años yendo a las periferias, escuchando y ayudando a quien mas lo necesita.

1.- ¿Cuándo tuviste claro que querías pertenecer a la Pastoral Penitenciaria?

La entrada y los comienzos son complicados. Es muy impactante. Entras en una realidad totalmente desconocida. En la primera experiencia uno queda descolocado durante un tiempo. Al cabo de unos meses y, con una reflexión básica, uno decide dar respuesta a tanto interrogante. Algo te interpela y puedes aportas, escuchar, aprender, respetar y compartir. Lo sentí como una vocación. Ese fue el momento en el que decidí comprometerme con la Pastoral Penitenciaria. El recorrido por el voluntariado es como una carrera de fondo que con el tiempo ya forma parte de tu vida. Hay altibajos en tu camino personal y de fe. Buenos momentos y bastantes malos. Cada uno aportamos lo que podemos, pero sin agobios. El resto lo pondrá el Señor.

2.- Llevas muchos años en esta misión, ¿qué cambios has notado desde que empezaste hasta ahora?

El 6 de diciembre de 1998, mi esposa Paloma y yo, entramos como voluntarios por primera vez a la antigua cárcel del barrio de San Juan de Pamplona. Los cambios son muchos, la sociedad evoluciona más rápido que la cárcel. En la antigua había mucha más cercanía con el interno y eso para nuestra labor, es muy importante. En la nueva cárcel hay mejores instalaciones, pero mucha más seguridad. Son doce puertas que se abren y se cierran a tu paso hasta que puedes estar en el módulo con ellos.

Ha cambiado mucho el perfil del preso. Hasta hace unos años no había prácticamente personas de otros países. Ahora entra gente muy joven con muchas carencias procedentes de pateras, en su mayoría magrebíes con poco futuro a su salida. Continúa el consumo de drogas y sustancias adictivas que complica mucho la relación interpersonal además de agravar el estado físico y mental del interno. También han cambiado los tipos de delitos. Antes había más delitos contra la propiedad, robos, hurtos, estafas. Ahora son más los delitos contra la libertad de las personas: abusos, violaciones, violencia contra las mujeres, agresiones de todo tipo, tráfico de drogas, delitos informáticos…

Se ha agravado la salud física y mental del interno. La falta de plazas en los psiquiátricos penitenciarios hace que personas que deberían estar en esos centros, estén en la enfermería de cualquier cárcel.

Se prioriza la seguridad sobre el tratamiento. Hemos ganado en seguridad, pero perdido en humanidad.

3.- Cuando entras, ¿cómo es tu relación con los internos e internas?

Muchos ya te conocen y vienen a saludarte. Agradecen mucho tu visita. Como suelen decir: “hueles a calle”. Tengo la costumbre de recorrer mesa por mesa para saludar a todos los que están jugando al parchís o de tertulia en la galería. En ocasiones me siento a charlar un rato con ellos. Después salgo al patio donde hay grupos más o menos numerosos según países, culturas o religiones. También me gusta pasar por la peluquería para ver al artista del peluquero de turno y quiénes están allí pasando la mañana.

La relación es cordial y distendida, de cercanía, escucha, de discreción y de amistad. Algunos miran tu tarjeta identificativa de acceso y preguntan mucho de qué iglesia eres y qué es eso de “capellán”. Menos la libertad, te piden de todo, pero nuestra labor no es proveerles de lo que te pidan sino la asistencia personal y espiritual. Además, las normas son muy estrictas: no se puede entrar ni sacar nada. A excepción de los materiales necesarios para nuestras actividades.

4.- Ahora eres uno de los capellanes del Centro Penitenciario de Pamplona, ¿cuál es tu labor?

Sí, desde mi ordenación como diácono en el año 2007, pasé de ser voluntario a ser nombrado capellán de la cárcel de Pamplona, como destino pastoral.

Mi labor es la asistencia humana y espiritual a los hombres y mujeres privados de libertad. Sin excepción de ningún tipo. Todos están necesitados de ser escuchados, queridos, entendidos, valorados y que aclare sus dudas religiosas. Como dice San Pablo: “Alegrarte con los que ríen y llorar con los que están tristes” (Romanos 12, 15). Además, presido Celebraciones de la Palabra los fines de semana en varios módulos. Son muy bien acogidas, con mucha unción y respeto. Llevamos el mensaje del Evangelio y la esperanza del perdón por la misericordia de Dios. Cuando la persona toca fondo, necesita la mano salvadora de Dios que tira de él hacia arriba ofreciéndole una nueva vida.

En sus galerías y patios puedes ver al Cristo sufriente en los rostros de quienes no sólo están privados de libertad, sino de tantas otras cosas. Hay internos, sobre todo los que llevan menos tiempo y están preventivos, que se abren y necesitan que los escuches. A veces te cuentan su delito y debes escuchar, acoger, hablarles del perdón de Dios, que hay esperanza para su futuro y no hacer de juez.

En general somos respetados y valorados por los internos, incluso los de otras religiones o confesiones. Queda mucho por trabajar con los musulmanes que han aumentado mucho su número. Intentamos acercarnos a ellos con lo que tenemos en común, comenzando por los orígenes. Todo lleva su tiempo y en la cárcel lo que sobra es tiempo.

5.- ¿En qué han ayudado las visitas que ha realizado el Papa Francisco a varios centros penitenciarios?

Sus visitas a las distintas cárceles y en especial a la Celebración del Jueves Santo con el lavatorio de los pies, ha sido una experiencia profunda para los privados de libertad. “Viene el Papa o el obispo y nos lava los pies a nosotros…” -comenta alguno de ellos. A diferencia de San Pedro… casi todos quieren participar. El Papa Francisco quiso apostar por los más pobres, como lo hizo San Francisco de Asís, del cual tomó el nombre para su pontificado.

En una ocasión lavamos los pies a 13 “apóstoles”. Por otra parte, el Papa Francisco ha hecho visibles a los invisibles de la sociedad. Ha recobrado para la Iglesia la idea de poner cara y nombre a los presos, a los pobres, a los enfermos, a los marginados y vulnerables. No debemos quedarnos sólo en las frías peticiones por los pobres en los libros de la oración de los fieles. “La fe sin obras está muerta” (Carta de Santiago 2,17).

Al diácono San Lorenzo, le fueron requeridos los tesoros de la Iglesia y presentó ante la autoridad romana a todos los pobres y mendigos de Roma.

6.- ¿Quiénes han sido tus referentes?

Mi primer referente fue D. Antonio Azcona, capellán del Centro Penitenciario de Pamplona durante más de treinta años. Recibió la medalla al mérito por su labor de Instituciones Penitenciarias. Fue un sacerdote que quería a los presos como a su propia familia. Vivía en la casa junto a los muros de la cárcel antigua del barrio de San Juan de Pamplona. Se le abrían todas las puertas. Él me enseñó a querer a los presos. Como decía él: “Déjate engañar por los presos”. D. Antonio miraba más allá, con otros ojos. Con ojos que transmitían cariño, bondad, siempre disponible y pendiente también de sus familias. Las Eucaristías de los domingos con D. Antonio eran multitudinarias, vividas con devoción y recogimiento. Era la única misa donde se pasaba el cestillo y se les daba a cada uno cien pesetas. A la salida se les repartía un paquete de tabaco, Ducados o Winston, según el presupuesto.

¿Cuántos besos habrán dado los presos al Cristo de la capilla de la cárcel vieja y ahora en la nueva de Santa Lucía?

Luego se hacía cola para confesar y después podía empezar el partido del fútbol en el patio. Había dos equipos, el Amonal y el Libertad. Tenían la ventaja de jugar siempre en casa.

Me llamaban “el ayudante de D. Antonio” y aprendí a querer a los internos y agradecer a Dios el regalo de atender a sus “preferidos”. ¡Gracias D. Antonio!

Hubo algunos compañeros de voluntariado que también fueron referentes por su compromiso y buen hacer. La mayoría, hace ya más de veinticinco años, pertenecían a la parroquia de San Vicente de Paúl, donde estaba D. Antonio.

Nombres como Vicente. Que la primera vez que fue a la cárcel le preguntaron en la entrada a quién iba a visitar y dijo que aún no lo sabía, que le daba igual. Conchita, Tere y Feli con su taller de costura en el módulo de mujeres. Carmen Ochoa, incansable en su labor de acudir a los juicios y hablar con los jueces para abogar por los internos. Lolita con su guitarra, poniendo mucha alegría en las celebraciones de las tristes tardes de invierno. Mi mujer Paloma, ensayando los domingos a las nueve de la mañana las canciones para la misa, con la guitarra y otros instrumentos en el conjunto “Niebla”, compuesto por internos. Sor Nati, Hija de la Caridad, con su dilatada experiencia y su sonrisa para todos.

Todos ellos han sido buenos referentes y ejemplos para quienes comenzamos más tarde. El Señor sigue invitando a trabajar en su viña a diferentes horas del día.

7.- ¿Cuál ha sido el mejor momento que has vivido en el Centro Penitenciario? ¿Y el peor?

En veintisiete años han sido muchos momentos buenos y malos. Entre los buenos me quedo con las conversiones de aquellos que han encontrado a Dios en la cárcel y ya forma parte de sus vidas. Los sacramentos celebrados con esa fe: bautismos, primera comuniones, confirmaciones y bodas. La última muy reciente y con gran interés mediático. También son buenos momentos, las noticias de los permisos, la visitas o comunicaciones de las familias, conseguir el tercer grado o la libertad condicional. También lograr un trabajo en la cárcel es importante.

Quiero destacar la Celebración especial con motivo de la visita de la Cruz y el icono de la JMJ en el año 2011. La preparación de la Celebración y el desarrollo de la misma. Fue presidida por Monseñor D. Francisco Pérez, con la presencia de un buen número de presos, voluntarios y con la hermana Glenda. La base de la gran cruz no entró hasta el módulo y fue sostenida durante toda la Celebración por dos presos entrelazando sus brazos. Fue tan emocionante que tuvimos que esperar unos momentos para que D. Francisco pudiera recobrar la calma tras unas cuantas lágrimas.

Los malos momentos ya vienen solos en la cárcel. Me impresionó mucho las muertes de algunos presos, unos por suicidio, otros por sobredosis o agresiones de los propios compañeros. En una ocasión, unos voluntarios entramos la tarde de Reyes con los hijos pequeños de algunas presas para entregarles los regalos que sus majestades, habían dejado en el módulo de mujeres. Todo fue bien hasta la salida. El momento de la despedida de madres e hijos fue desgarrador. Conseguimos salir con todos los niños llorando y muchos de nosotros, también. ¡Terrible!

8.- En tu opinión, ¿la cárcel ayuda a reinsertarse en la sociedad?

En todos estos años, se ha mejorado en la oferta de actividades y talleres de formación y ocio para favorecer la reinserción de las personas presas. Aunque en mi opinión, el actual sistema carcelario, no reinserta. Prueba de ello es el alto número de presos que reinciden y vuelven a entrar en prisión. Es cierto que el momento de la salida a la calle es muy complicado, muchos de ellos carecen de una estructura familiar adecuada, de un trabajo digno, de falta de oportunidades y de sus problemas con adicciones a las drogas.

Lo que restaura a la persona y sus heridas en la vuelta a su libertad, es el Amor de Dios, su perdón y misericordia y una necesaria aceptación por parte de la sociedad a la que vuelve.

9.- ¿Qué te hace sonreír?

En la cárcel es muy importante la sonrisa y también la risa, creando espacios para ello. Curiosamente, el humor está muy presente, necesitan reír, alegrarse y tener motivos para ello. Todo esto me hace sonreír.

Hay momentos especiales como una representación teatral cómica en el salón de actos del módulo sociocultural, también hay bromas de los que se juntan en las mesas para jugar al parchís, al ajedrez, o tomando un café… Disfruto pensando en que algunas de las caras que estoy viendo, pronto estarán en libertad. Me alegro mucho cuando nos encontramos fuera y la vida les favorece.

10.- ¿Con qué sueñas, Fernando?

Sueño con ir un día a la cárcel, llegar a la barrera de control y que me digan: “¡Aquí, ya no queda nadie!”.

También sueño con que un día los presos vayan recuperando su libertad y que no sean rechazados por un mundo que a veces no es capaz de perdonarles ni aceptarles.

Que los seres humanos podamos vivir con respeto, sin violencia, que podamos pedir perdón y ser perdonados y que algún día lleguemos a vivir en armonía con Dios y todo lo creado.

Ojalá que sigamos soñando y que siempre dejemos la puerta abierta a la esperanza de que otro mundo es posible.

Entrevista: Alberto López Escuer






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