SUS OJOS Y SU MIRADA

 



Tenía los ojos azules como el mar, muy expresivos. Conforme pasaban los años no fueron perdiendo brillo, se podía leer en ellos sus tristezas, sus alegrías… se inundaron de lágrimas cuando perdió al amor de su vida. Transmitían serenidad, dulzura, amor eran los faros que iluminaban en las negras noches y en los días grises. Poco a poco se fueron apagando y cuando se cerraron definitivamente se hizo la noche. Ahora cuentan que en el cielo brillan dos estrellas preciosas, que se parecen a sus ojos. Probablemente lo sean y que durante el día siguen ahí confundidos con el inmenso cielo azul, estoy seguro de ello.

Unos ojos preciosos acompañados de una mirada que la que la conocimos, sabíamos lo que quería en cada momento. Cuando era niño o adolescente una mirada suya bastaba para saber que lo que estaba o diciendo no le gustaba. A buen entendedor pocas palabras bastan. Aún recuerdo ese tipo de miradas tan efectivas.

Esos ojos hablaban -como he dicho antes- por sí solos. Su mirada hablaba de amor, de entrega, de compromiso, de vida, de mucha vida. Una existencia vivida en clave de puro amor por su esposo, por sus hijos, por sus nietos, amigos su mirada era reflejo del bien que puede hacer una persona en la vida de los demás. Pasó haciendo el bien, su mirada transmitía sosiego, serenidad y ternura cuando más hacía falta. En su mirada no había odio – era un sentimiento que no conocía- era conciliadora, buscaba el diálogo, enseñaba a perdonar, tendía puentes. En esta época tan polarizada donde para qué discutir si se puede pelear, lo hubiera pasado mal, pero estoy seguro de que hubiera seguido buscando lo que une más que lo que separa. Su mirada era acogedora, te transmitía paz cuando la necesitabas, era un puerto seguro cuando tu vida estaba invadida por la olas que casi te hacían zozobrar. Un abrazo suyo te recomponía totalmente y te trasmitía una energía positiva que te hacía seguir adelante.

Hoy ya no está entre nosotros, pero el recuerdo de esos ojos y de su mirada sigue vivo, muy vivo en mi corazón. La persona de la que hablo se llamaba Benita, era mi madre. Sus ojos me enseñaron a mirar la vida desde el amor. Su nieta Paula ha heredado el color de los ojos de su abuela y en ocasiones también puedo reconocer algo de la mirada de mi madre en ella.

 

Alberto López Escuer

Comentarios

Entradas populares