CUANDO UNA ACERA SE CONVERTÍA EN WEMBLEY
Ocurría a finales de los años setenta principios de los ochenta, un grupo de niños que venia del colegio ponía sus carteras y jerseys a modo de postes y se hacían pies para elegir los equipos. El balón solía ser de uno de los participantes, del árbitro ni hablamos, directamente no había, -nadie quería ser- diríamos que era un arbitraje autogestionado, no exento de polémicas, como mandan los cánones, todo estaba preparado para dar comienzo un encuentro en la cumbre.
Entonces la acera de la calle Pedro Arnal Cavero, de Huesca, se convertía en el Estadio de Wembley, el Santiago Bernabeu, el Camp Nou u otro de los grandes estadios del mundo futbolístico.
Las interrupciones eran muchas pues pasaba gente -no en vano era una acera- pero reanudábamos el juego emulando a nuestros jugadores. Cuando me tocaba de portero decía que era Arconada, el mítico arquero de la Real Sociedad y si era jugador pues mi preferido era el el flaco Cruyff.
Podíamos pasar mucho tiempo jugando los partidos -no había primera parte y segunda, le dábamos al balón todo seguido- solían acabar cuando nos cansábamos, o se tenía que ir el dueño del balón, mientras tanto a disfrutar de lo lindo.
Cuando chutabas a puerta al no haber larguero, tenía que ser muy claro que iba a gol, pues el portero siempre decía: ¡Alta! y en ese momento empezaba la polémica, que si sí, que si no, que ha entrado, que no ha entrado que lo he visto yo, a veces lo resolvíamos lanzando un penalty. Si estaba yo de portero los de mi equipo gritaban ¡No pasa nada tenemos a Arconada! A veces no pasaba y otras sí pues me comía el gol con patatas.
En el fútbol no hay tiempos muertos, nosotros fuimos unos adelantados a nuestro tiempo, teníamos pausa de hidratación, y lo que no era hidratación, en mitad del partido parábamos a merendar y a beber.
Si el empate se alargaba mucho y alguien se tenía que ir porque su madre o padre le llamaba desde la ventana para que subiera a casa se decidia que el que metía primero gol, ganaba. Eran momentos de mucha intensidad, bueno tampoco voy exagerar, en ocasiones la incertidumbre duraba segundos, pues el gol se metía rápido, os podéis imaginar la alegría de unos y la tristeza de otros - como si fuera una gran final-.
No sé si hacíamos "O jogo bonito" o eramos más del "Fútbol Total", lo que sí sé es que nos lo pasábamos genial. Ahora los niños no juegan en la calle, ni es mejor ni peor, solamente es distinto.
Pero yo recuerdo con mucho cariño aquellos años que convertíamos la acera calle Pedro Arnal Cavero de Huesca en el estadio de Wembley.
Alberto López Escuer
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