INMIGRANTES, NI IDEALIZARLOS NI DEMONIZARLOS, ACOGERLOS
Los inmigrantes se están convirtiendo en arma arrojadiza de los políticos que tienen la habilidad de enfangar todo tema que tocan.
Unos a favor, otros en contra, hay opiniones polarizadas para todos los gustos.
A los inmigrantes no hay que idealizarlos, pues seguro que los hay con virtudes y defectos, nada nuevo bajo el sol, vamos como todo ser humano, pero tampoco demonizarlos.
Creo que el camino es otro. Tal vez ponernos en su piel, pues creo que nadie por gusto abandona su país para buscar un futuro mejor. ¿Nosotros no lo haríamos? Antes de tomar una decisión tan drástica de cruzar un mar o saltar una valla sin ningún tipo de garantía, se lo pensarían, pero les puede la situación límite que viven en su país de origen, y arriesgan su vida en el intento. Muchos la han perdido, el mar Mediterráneo se ha convertido en un cementerio donde reposan los cuerpos de personas que lo intentaron y no lo consiguieron. Lampedusa, Canarias, la valla de Ceuta… saben mucho del sufrimiento de estas personas, que son muchas veces víctimas de las mafias, que les cobran lo que no tienen prometiéndoles lo que no pueden cumplir para enriquecerse a costa del necesitado. A estos tipos es a quien habría que perseguir.
Acoger al hermano tendría que ser nuestra obligación. Digo hermano pues todos somos habitantes de la casa común que es nuestra tierra, nadie debería sentirse extranjero en ningún sitio.
No hace mucho un amigo me decía que un obispo español le quería pedir a una congregación religiosa la posibilidad de poder montar unos talleres de FP para que los jóvenes inmigrantes que no tengan una formación suficiente pudieran tener unos mínimos conocimientos para poder comenzar a trabajar y ganarse el sueldo con su esfuerzo.
Me parece una iniciativa muy positiva. Al principio habría que darles un pez, pero luego lo más adecuado sería enseñarles a pescar para que se procuraran su sustento.
Que se sientan acogidos y no rechazados. Parece que se nos olvida que muchos compatriotas nuestros, en un pasado no tan lejano, tuvieron que dejar nuestro país para buscar trabajo.
Los migrantes no son números, son personas, no son una estadística, me atrevo a decir, no son votos, son mucho más que eso, está claro.
Acogerlos, pero no de cualquier modo, alojarlos en un lugar digno pues sólo ellos saben las penurias que han pasado hasta llegar a nuestras costas o hasta llegar al otro de la valla.
Sería oportuno o más bien necesario que aplicáramos en este caso la llamada Regla de Oro.
“Lo que deseáis que los demás hagan con vosotros, hacedlo con ellos”. (Mt. 7,6)
Se puede decir más alto, pero no más claro. Todo sería distinto si hiciéramos vida esta regla, no sólo cuando nos beneficie a nosotros, que somos muy dados a ello- sino también a nuestro prójimo, el cercano y el que viene de fuera, como es el caso.
"Dondequiera que las personas decidan construir su futuro, en el país donde se ha nacido o en otro lugar, lo importante es que haya siempre allí una comunidad dispuesta a acoger, proteger, promover e integrar a todos, sin distinción y sin dejar a nadie fuera”. (Pastoral de migraciones).
Resalto este párrafo que he leído en un medio y que es de un documento que ha sacado el Departamento de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española y que aboga por la sociedad de la inclusión y no la de la exclusión.
Fomentemos una cultura de la acogida y no una sociedad llena de miedos que nos llevan a rechazar al que viene de lejos, que sólo busca un futuro mejor del que tenía. Nosotros haríamos lo mismo.
Alberto López Escuer
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